La esposa de un diplomático tenía que asistir a una importante recepción en el Palacio del Eliseo y se lamentaba de no tener un sombrero adecuado a su nuevo vestido.
Acudió al mejor modisto de París y le mostraron los mejores sombreros del lujoso establecimiento. Pero ninguno encajaba con el gusto de la señora.
Desengañada, preguntó por el creador, artista de la boutique, quien, saliendo amablemente, se interesó por la calidad, el color y las características del vestido que la señora iba a lucir en la fiesta.
Debidamente informado por la dama, desplegó un gran trozo de amplia cinta de seda. Hizo un hermoso lazo y lo sujetó, adaptándolo a la cabeza de la señora, quien, muy satisfecha, exclamó: Éste es el sombrero que yo deseaba. Muy bien. ¿Cuánto le debo? -Son tres mil francos, madame.
La reacción de la señora, al parecerle el precio muy alto, fue inmediata: Pero ¿cómo? ¿Tres mil francos por un trozo de cinta?
El artista, imperturbable, deshizo el sombrero que había creado y, envolviendo delicadamente el tejido utilizado, con la mejor de sus sonrisas se lo ofreció a la dama diciendo: Madame, el trozo de cinta de seda es gratis.
Esta anécdota nos puede hacer reflexionar sobre nuestra propia personalidad. Cada uno de nosotros, en su contextura, como persona física, cuerpo, ojos, manos, etc., es algo así como un trozo de cinta de seda.
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