Un ambicioso muchacho siempre soñó con ser general del ejército. Era inteligente y sus cualidades eran más que suficientes para alcanzar cualquier cosa que se propusiese. Él temía a Dios, le agradecía por su capacidad y oraba por alcanzar su sueño.
Desafortunadamente, fue rechazado debido a que tenía pie plano. Renunció a la idea de convertirse en general, y culpaba a Dios por no escuchar su oración. Sentía ira, como nunca antes había experimentado. Creía en Dios, pero no como un amigo, sino como un tirano.
Posteriormente, decidió ser doctor. Y así llegó a ser un cirujano muy calificado. Fue un pionero en operaciones delicadas, en las que el paciente no tenía muchas posibilidades de sobrevivir, excepto en sus manos. A través de los años salvó miles de vidas, de niños y adultos. Muchos padres podían vivir felices con sus hijos vueltos a la vida y madres y padres gravemente enfermos podían aún amar a sus familias.
Entrenó a otros aspirantes a cirujanos para salvar más y más vidas.
Un día, con algunos años de más, cerró los ojos y vio al Señor. Lleno de odio le preguntó por qué sus oraciones nunca fueron escuchadas y Dios le respondió: "Mira a los cielos, hijo mío, y ve cumplido el sueño que tenías". Sólo vio a un joven soldado ser destrozado por una bomba. Luego se vio a sí mismo como médico y se regocijó con las caras felices de las vidas que había salvado. Entonces entendió que a veces, lo que queremos no es lo que más nos conviene y es allí donde la mano de Dios se hace sentir. ¿Te ha pasado a ti?
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