Su vocación lo supera todo. Cuando Ivis Mojica estudiaba en las aulas de la escuela Normal de Santiago, para convertirse en maestra, nunca se imaginó todos los sacrificios que tendría que hacer para obtener una plaza de trabajo.
Su vocación por la enseñanza ha sido inquebrantable, al punto de que lleva 7 años laborando en la Escuela Alto Ciénaga, ubicada en el distrito de Müna, en la Comarca Ngöbe Buglé.
Para llegar hasta su puesto de trabajo, tiene que abordar una "chiva" o transporte público, conformado por carros 4x4 que llevan pasajeros; en el caso de ella, la lleva hasta la comunidad de Llano Ñopo; de allí en adelante, debe caminar unas tres o cuatro horas hasta el plantel.
Por la lejanía en que se encuentra la escuela, va a su casa, en la frontera chiricana, cada 15 días para ver a su esposo y a sus dos hijos, que tienen cinco y tres años solamente.
Lo que más dolor le causa a esta docente es que por estar mucho tiempo alejada de su casa, sus niños casi ni la conocen y ni siquiera le dicen mamá, sino que la llaman por su nombre.
Aunque parezca increíble, solo está con su familia cuatro días al mes, por eso sueña trabajar en un área urbana donde pueda estar en su casa todos los días.
Para esta admirable maestra, los momentos de mayor tristeza se dan cuando se acuesta a dormir en su incómoda cama de tabla, pues empieza a pensar lo que estarán haciendo los suyos.
En esos momentos de soledad, su mayor apoyo son sus compañeros de trabajo, ya que se dan ánimo conversando sobre lo que harán al día siguiente.
Las largas caminatas, las camas de palos, los ranchos de paja a los que llaman hogar, los mosquitos y las garrapatas son apenas un detalle, al lado de la soledad que viven a diario, luego de finalizar las clases; esta tristeza perturba sus corazones.
Lo único que alivia un poco sus penas es la comunicación a través de los teléfonos celulares, por eso cuando llegan al área escolar donde han sido nombrados, lo primero que hacen es buscar un lugar donde haya señal.
Esto no es tan fácil, porque la señal se localiza a más de una hora de camino, es decir, muy distante de donde viven.
Así como Ivis, el maestro Marín Rivera, ha sentido en carne propia lo duro que es trabajar en las escuelas que están ubicadas en la Comarca Ngöbe Buglé.
Esto lo comprobó el 19 de junio del 2008 cuando regresaba de un convivio en la escuela de Llano Tugri y una de las tablas de un puente colgante se quebró y cayó desde una altura de cuatro metros.
Por fortuna, quedó con vida después de semejante caída, pero resultó con la pierna derecha rota, aunque fue auxiliado por un indígena. A pesar del intenso dolor, fue montado en un caballo para ser trasladado al Centro de Salud de Llano Ñopo, con tan mala suerte que el equino trastabilló y le cayó encima.
Al final, logró salir de la montaña sobre una yegua, pero al llegar al Centro de Salud de Llano Ñopo le comunicaron que no había doctores que lo pudieran atender.
Como pudo, se fue para el Hospital Regional de San Félix en la provincia de Chiriquí, donde después de estar dos horas sentado, no fue atendido por ningún doctor.
Al ver tanta desidia, un amigo lo fue a buscar y se lo llevó para el Hospital Regional Rafael Hernández, ubicado en la ciudad de David, provincia de Chiriquí; allí llegó con la pierna negra e hinchada, toda esta odisea en busca de atención médica, transcurrió en medio de unas 30 horas.
Recuperado de sus lesiones, regresó a sus deberes en la escuela de Alto Ciénaga, con la diferencia que ahora tiene que caminar casi cuatro horas para llegar al plantel con tres clavos en su pierna.
Lo que más le molesta al maestro es que el día que sufrió el accidente llamaron un helicóptero y nunca llegó en su ayuda.
HEROES DE CARNE Y HUESO
Por si fuera poco, además de la soledad en la que viven los maestros que trabajan en las escuelas ubicadas en áreas de difícil acceso, también tienen que vivir en las condiciones más inhumanas que puedan existir.
Un claro ejemplo de estas condiciones paupérrimas la viven todos los días las maestras Milka Sánchez, Betzaida Serrano y Reina Saldaña.
Estas "guerreras del conocimiento" viven en una casucha hecha de palos, piso de tierra y techo de paja, ubicada a pocos metros de la escuela.
La falta de comodidad es evidente y lo que más las deprime es que cuando llueve, todas se mojan, porque al rancho se le filtra el agua por el techo de paja.
Un catre estilo militar y unas camas de palo al mejor estilo de la guerrilla, es donde duermen todas las noches las educadoras, quienes se cuidan unas a las otras, porque el rancho no les ofrece mucha seguridad.
La situación que viven estas tres educadoras es el común denominador de todos los maestros que trabajan en áreas de difícil acceso; inclusive, muchos tienen que alquilar las casas en donde van a residir.
ROBOS
Para colmo de males, otra de las vicisitudes que tienen que afrontar los docentes son los robos de los que son víctimas a cada momento.
Uno de estos hurtos se dio en la escuela de Alto Ciénaga en donde a los maestros le robaron toda la comida que habían comprado para su estadía en el plantel, para cierto período.
Otra escuela donde a las maestras les robaron toda la comida fue en la de Buenos Aires. Esta situación deprime muchos a los educadores y los pone contra la pared, pues en la Comarca no se encuentra nada que comer.
Independientemente de estos robos, los maestros continúan hacia adelante, ya que saben que tienen una misión importante que cumplir, que es educar a los niños humildes de la Comarca Ngöbe Buglé.
ESTUDIOS
Por la dificultad y lo distante que están las escuelas, a muchos docentes se les hace muy difícil cursar estudios universitarios. Esto les dilata más la esperanza de que algún día puedan salir de las áreas de difícil acceso, porque no suman los puntos necesarios para concursar por una vacante.
|
 |
ADEMAS EN ESTA SECCION... |
|
|
|