A mi amigo Paco le cuesta decir no. Tiene dos mujeres, y las dos lo adoran, según él, aunque las dos lo martirizan con los celos, porque ambas saben que la otra existe y toleran ese triángulo asfixiante, a medias, entre murmullos, a regañadientes, porque a veces, cuando lo ven venir de la otra casa, lo crucifican con preguntas, con arañazos, con búsquedas entre sus ropas, indagando por olores, por manchas íntimas y delatoras; lo marean con tanta lágrima que quema como el ácido sulfúrico, que es el caldo en el que flota este tipo de amor mal cocinado.
A mi amigo Paco le cuesta decir no. Me cuenta que ya no aguanta más. Que se siente prisionero. Que un día lo matan o las mata. Que es imposible seguir viviendo perseguido, entre aguijones, vigilado y malherido por la palabra insultante y segadora de dos mujeres celosas.
Le pregunto, ¿y por qué no las deja y punto? Entonces se le asoma un goterón al ojo derecho, y le baila en equilibrio preparado para caer mejilla abajo. Pero se traga el suspiro, y casi gimiendo concluye: "es que no puedo vivir sin ellas".
Una, porque es una potra salvaje, hechicera, creativa cuando se quita el vestido, capaz de convertir una caricia en una fiesta patronal, y nadie como ella, según él, puede con tanta facilidad tocarse las orejas con los dedos pulgares... de los pies.
La otra por su finura, por ese amor delicado y de cuentos que le ha prodigado siempre, en los peores momentos sobre todo, y porque le ha demostrado que es una leal compañera de vida y de infortunios, en quien siempre encontrará acompañamiento y soporte.
Así anda mi amigo Paco. Esclavo. Con una risa melancólica cuando se le pregunta por sus dos amores. Convencido de que ellas tienen ilimitada paciencia, y jamás se atreverán a mandarlo a volar con un sonoro y rotundo NO.
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