Cuando María José nació, no sentí alegría, porque yo quería un varón! Pero luego me dejé cautivar por la sonrisita de mi María José y la amé con locura.
Esto lo decía siempre Randolf, su padre.
Una tarde, la niña preguntó: Papi... cuando cumpla 15 años, ¿cuál será mi regalo?
- Pero mi amor, si apenas tienes 10 añitos. Y no le contestó su pregunta.
Pasó el tiempo. María José, quien ya tenía catorce años sacaba notas impresionantes. Fue un domingo cuando íbamos a misa, que María José se desvaneció. La llevamos al hospital. Allí le informaron a Randolf que su hija necesitaba un trasplante de corazón. ¡Un corazón! ¿De dónde lo sacaría? Una mañana, Randolf estaba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:
- Las personas cuando mueren, ¿pueden ver a su familia? Sabes si pueden volver?
- Hija... si yo muriera, estando en el más allá utilizaría el viento para venir a verte.
Ese mismo mes, María José cumpliría sus 15 años, y consiguieron un donante. La operaron y todo salió bien, pero, ¿dónde estaba Randolf? Al regresar a su casa, le entregaron una carta:
"María José, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener 15 años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho. Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenias 10 añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por ti... Te regalo mi vida sin condición alguna".
María José fue al cementerio y le dijo a su padre que también lo amaba, aunque nunca se lo dijo. Inmediatamente, las copas de los árboles se mecieron, cayeron las florecillas, y una suave brisa rozó las mejillas mojadas de la bella quinceañera.
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