Ahí está él: Juan Pritsiolas. Rudo, pero efectivo maestro. Lector disciplinado. Amigo sin máscaras. Hoy en día es el periodista mejor informado del país, y declaro que me enseñó mucho de lo que sé de este oficio maravilloso.
Juan no necesita defensores. Su trayectoria tiene la virtud de sacar la cara por él, y lo único que pretendo es darla a conocer para dejar un par de cosas claras.
A mediados de los años ochenta, cuando hacer periodismo en Panamá era cuestión de vida o muerte (o por lo menos te aseguraba cárcel y tortura) Juan se atrevió a meterse en el laberinto.
Con su verbo filoso y ese don que tiene para obtener información de la gente, caminó al borde del precipicio, y aunque a veces le temblaron los pies, jamás detuvo el paso. Nunca escucharán a Juan jactándose de estas cosas. Su sencillez evita los reflectores y el bullicio.
Pero yo sí lo puedo decir: Mientras otros, aún teniendo los medios y la audiencia, guardaron cómodo silencio, Juan expuso el pellejo cubriendo los más arriesgados hechos noticiosos, y en una ocasión se jugó la vida para buscarle refugio a la familia del decano del periodismo Cristóbal Sarmiento, a quien la guardia andaba buscando quizá para desaparecerlo.
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