Son pasadas las 10: 00 p.m. y llego a casa luego de una jornada pesada en el trabajo. Toco el pito del auto y veo cómo a la puerta se asoma una silueta en camisón que sale a abrirme el portón para entrar.
Estoy bajando del carro y mientras cierro el portón escucho los sonidos del microondas, que me anuncian que mi cena está siendo calentada.
¿Cómo te fue? Cansada, pero bien...
En un abrir y cerrar de ojos ya mi cena está puesta en la mesa. ¿Qué quieres tomar?, respondo que agua, pues en todo el día no he bebido ni un trago.
No tengo muchas ganas de hablar, a veces estoy "amargada", me dice, pero aún así, ella siempre tiene un cuento que echarme.
Hay días en los que no he terminado de comer cuando se va a dormir, pues generalmente cuando llego, ya está acostada, pero deja de lado su sueño para levantarse a atenderme. "Hasta mañana, negrita", me dice mientras me da la bendición.
En las madrugadas cuando me levanto, ella ya se ha ido a trabajar, solo a veces entre sueños, siento cuando nuevamente me da la bendición y se despide de mí.
Muy poco hablamos en el día hasta que llega la tarde y si estoy muy enredada, solo hasta la noche que la veo. Los fines de semana es cuando pasamos más tiempo juntas.
Ya no me deja mensajes preguntándome si ya salí, porque por alguna razón me estresa que me lo pregunte cuando estoy "hundida" en el trabajo. Ahora solo me dice: ¿A qué hora vienes?, y yo le respondo: no sé...
A veces se pone sentimental y dice que ya no la quiero, ¿cómo no la voy a querer, si fue la mujer que me dio la vida?
Pues sí, esa mujer de quien hablo es mi mamá, Briseida Frías de Murillo, a quien hoy le digo que aunque a veces sea "malcriada" la amo con todo mi corazón y le doy gracias a Dios por darme la bendición de tenerla. ¡Feliz día, mamá!
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