Pasaba por la garita de peaje de Hato Montaña, para salir a la autopista Arraiján-La Chorrera. "¡Buenos días, feliz Día de las Madres!", me dijo con cortesía y una sonrisa luminosa, la funcionaria que me cobró.
Yo me sentí a gusto, halagada de que alguien que no me conocía, me tratara con tanta cortesía. No era una joven linda, rubia, alta, delgada ni curvilínea la que me atendió. No, era trigueña, menuda, algo tosca en apariencia, y no podría concursar en Miss Mundo. Sin embargo, a mí me pareció un ser celestial, lindo, que se desvivía por atenderme.
Puse primera y salí en mi carro con alegría en el corazón y con deseos de llegar a trabajar.
Esa es una cara de la moneda. La otra la percibí en la noche cuando pasé por una nueva gasolinera, ubicada en la Vía Centenario, antes de llegar a la entrada de Patacón.
Allí eché gasolina a mi carro, pero aunque pedí 15 dólares, la aguja casi no se movió. Me sentí timada.
Por supuesto, de inmediato le dije al joven que me cobró que yo consideraba que la despachadora de combustible no estaba bien calibrada y que debían hacer algo al respecto.
El jovencito, con una actitud de "señora, su problema no me interesa", se alzó de hombros, viró la boca, me entregó un recibo y dijo que si tenía algún reclamo tenía que ir durante horas de oficina para hablar con sus jefes.
Yo le dije que por lo menos me informara dónde era eso. Él, con cara de pocos amigos y de fastidio, volvió a alzar sus hombros y me lanzó una mirada de reto. Nunca me contestó.
Arranqué mi carro, puse primera, y decidí no volver allí a menos que fuera absolutamente necesario. ¡Y eso que me queda en el camino de regreso a casa!
Traigo esto a colación, porque Panamá se encamina hacia el primer mundo siendo un país de servicios. Si quienes se encargan de prestarlos tratan a las personas así, muchos saldrán huyendo del país que debió ser "de las maravillas".
Si queremos salir airosos en este mundo competitivo, nuestra actitud debe estar en consonancia con la del primer mundo. Y para comenzar, bien pudiéramos hacerlo por tratar a los demás como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
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