Empujando una desgastada carretilla encontramos al señor Ceferino Samaniego, quien hace 15 años se dedica a la venta del famoso raspao.
Con una gorra que lo protegía del fuerte sol que brillaba en el pueblo de Antón y con paso lento, transitaba a orilla de la vía principal a la espera de quien quisiera degustar el popular refresco.
Este adulto mayor, de 77 años, contó que como no tenía trabajo, decidió poner su propia empresa para ser independiente. Por eso, diariamente sale de su casa, ubicada en El Chirú, para vender el producto.
"Le voy a decir que mi familia depende de esto, de lo que yo recojo les ayudo", afirmó, mientras sus manos manchadas de rojo, producto del sirope, raspaban el bloque de hielo y los clientes se iban acercando poco a poco, mirando con extrañeza al equipo periodístico.
Samaniego recorre también las comunidades de Río Hato y Penonomé para vender los raspaos, que no le caen mal a quien quiere calmar la sed, y sólo cuestan 25 centésimos.
Él explicó que deja la carretilla guardada en la piquera de Antón, cuando termina de trabajar, y asegura que uno tiene que hacer un esfuerzo para tener su propia empresa, pues así hasta puede ayudar a otras personas. "Yo, a veces, le doy trabajo a mi hijo o a cualquier compañero", dijo satisfecho, porque a pesar de que el negocio no le da grandes cantidades de dinero, le alcanza para subsistir y, sobre todo, es una labor en la que la honradez y el esfuerzo predominan.
EJEMPLO
A pesar de tener 77 años, el señor Ceferino Samaniego no deja de trabajar. |