Una mañana iba hablando con mi amiga, cuando dirigí mi mirada hacia una de las mesas del restaurante y vi aquel cuadro: era una joven mujer con su cabeza cabizbaja, apoyada sobre su mano y por cuyas mejillas corrían lágrimas vivas. A su lado, en otra silla, estaba una niñita de cuatro o cinco añitos con su cabecita posada sobre la mesa.
Inmediatamente, me dirigí hacia ella, como atraída por una fuerza de imán, lo que creo entender es sólo la plena acción del amor de Dios que habita en los que le aman.
Doblé mis rodillas, colocándome en posición de cuclillas, para verle el rostro. Le tomé del brazo y le inquirí: "Amiga, ¿qué te pasa, por qué lloras? A lo que ella me respondió con voz quebrada: "Estoy triste, porque mi hijita tiene fiebres altas y los médicos no encuentran qué tiene y se la pasa así como usted la ve".
Le di palabras de consuelo, luego le solicité si podía pedirle a Dios que sanara a su niñita, y asintió con gran deseo en su expresión. Me despedí y me retiré con mi amiga y no volví a mirar hacia allá, como si se me hubiese olvidado el suceso.
Cuando nos disponíamos a salir del lugar, se me atraviesa una niña corriendo y viene una joven hacia mí. Reconocí que era la joven madre y me dice: "Sabe, muchas gracias, no tengo con qué pagarle, porque tenía muchos días que no veía a esta niña así de contenta, y cuando la vio salir me preguntó: ¿Mami, ella es un ángel?"
Una simple acción de obediencia, puede ser un canal para un milagro. Cuando Dios te pida hacer algo por alguien no te detengas, sólo obedece, porque podría ser el primer paso para un milagro.
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