Nuestra civilización, la llamada Occidental, tiene como una de sus características la búsqueda de las faltas; no precisamente para corregirlas, sino más bien para atribuirlas a un sujeto o sujetos que deben ser condenados y castigados. El énfasis se hace en perfeccionar la investigación criminal y la sanción penal, no tanto así en la corrección de la falta. Resultado final: repetición de la falta.
Ese comportamiento de fiscal férreo y ansioso de condenas, lo encontramos a cualquier nivel social. De repente y es una cosa de significados. Es que la palabra corregir tiene dos acepciones: enmendar o quitar defectos y reprender o desaprobar una conducta. Y después de todo, la última vez que corregimos a un prójimo, ¿lo enmendamos o lo reprendimos?
¡Qué diferente serían los acontecimientos si por ejemplo, en vez de preguntar de quién es la culpa con la consiguiente reacción en cadena de gente lavándose las manos, se preguntara quién tiene la solución!
Y es que eso es la responsabilidad: la habilidad creativa de responder. Se trata de dar soluciones, no de repartir castigos. Alemania y Japón fueron destruidos en la Segunda Guerra Mundial y me pregunto, ¿cuánto tiempo dedicaron a culparse entre sí por el trágico albur bélico y cuánto a reconstruirse? No faltará quien hable de la necesidad del castigo para hacer justicia y nuevamente me pregunto: ¿y es que nuestras sociedades de leyes, jueces y condenas son justas? No lo creo. Presumo que el problema de la responsabilidad no es la justicia. Es el tipo de individuos que se necesita. Hombres y mujeres proactivos, despiertos y solidarios. Y ese material humano no es muy abundante. ¿Me equivoco?
|