Solita por ahí, estuve ojeando los almacenes con la esperanza de encontrar unos pantalones o, mejor dicho, unos bermudas para ver si eso me motivaba a darme una vuelta por los carnavales penonomeños.
Bueno, estoy en Penonomé, pero no carnavaleando. No hallé pantalones de mi medida.
Resulta que los que podían quedarme bien de ancho, eran tan cortos que sólo los hubiera podido lucir a los 15 años, cuando todo estaba en su sitio justo y en la medida perfecta.
Sí, yo también tuve medidas, si no perfectas, al menos aceptables. Según mis hijos, que me han visto con muchos kilos de más, y obviamente, no me conocieron en mis años mozos, no puede ser, bajo ninguna circunstancia, que yo haya usado "hot pants" algún día. Pero sí lo hice.
¡Qué tiempos aquellos! Recuerdo que nos vestíamos muy temprano, luego de hacer los oficios de la casa, con unos pantaloncitos cortos, unos suéteres sobre los vestidos de baño, y unas zapatillas "roba pollo" para ir a los culecos en la Central. Entonces no les llamábamos culecos, sino mojaderas.
Era divertidísimo ir al balneario Las Mendozas, donde se concentraba la mayor actividad del carnaval, después de haber paseado en tuna por la avenida Juan Demóstenes Arosemena con la princesa del barrio, pues en Penonomé no existe eso de Calle Arriba o Calle Abajo.
Las murgas predominaban, a diferencia de hoy, cuando los Djs se la pasan gritando incoherencias en las tarimas a lo largo de la Central, que es el sitio donde ahora se desarrolla la mayor parte del Carnaval penonomeño.
El sábado de Carnaval era un día especial. Las comparsas de los barrios sacaban sus carros alegóricos sobre balsas, para engalanarlas con sus princesas y pasearlas sobre las aguas del río Zaratí. Cada una era más bonita que la otra. Era todo un espectáculo que, con el tiempo, se ha deslucido, aunque se sigue dedicando el sábado a esta actividad. Ese es el distintivo de los carnavales acuáticos y por eso creo que es nuestro deber rescatar esa tradición de la que los penonomeños nos sentimos muy orgullosos.
Pero bueno, la compra de los pantalones me transportó a aquellos años '70 y '80 que viví a plenitud. Sólo puedo decirles que esta periodista próxima a cumplir medio siglo de vida, no encontró un pantalón que se ajustara a sus medidas.
Pero conste, lo que ocurre es que ahora, con aquello de que las medidas perfectas son para esqueléticas, las rellenitas cuarentonas nos hemos quedado sin opciones, a menos que hallemos una buena modista, que también están en peligro de extinción.
Para el próximo año tendré dos opciones: o me convierto en esquelética, o desde ahora busco un sastre que haga milagros.
|