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Redacción | DIAaDIA

Estaba conduciendo por Calidonia el pequeño auto verde que le debo al banco, cuando he vuelto a verla. Se bajaba, por el lado del conductor, de un carro doble tracción color champaña, con rines de lujo y tres hileras de asientos forrados con piel. Iba dentro de una blusita rosa y un diablo fuerte ceñido que, obsequioso, exponía al escrutinio público una carnalidad preciosa, firme y líquida a la vez, con unas joyas imperiales que hace veinticuatro años no tenía, y que la hacían ver como una mujer echa y derecha, de esas que no tienen prisas porque ya aprendieron a conjurar el incendio del volcán despierto que se agita en sus profundidades, y que sólo se desata en estropicio cuando ellas dan la voz de mando.

"¡Cómo has cambiado, mujer!", dije en voz baja, pero con el tono de grito íntimo que tienen las lamentaciones cuando perdemos en la lotería. Y así fue que me sentí, un perdedor, y paso a explicar por qué.

Ella y yo fuimos novios, del tipo que surge en la escuela sin querer queriendo. Pero ese noviazgo, para mí, fue temporal, como un diente de leche, que usé para llegar a otra chica, quien verdaderamente me interesaba y estaba en el mismo salón. Cuando tuve lo que quería, eché a un lado a esta muchacha flaca y pálida, de dentadura irregular atenazada con alambres, siempre aprisionada en aquella falda larga de convento. Le dije, sin tapujos, que me harté y que por favor no me llamara más. Hasta el sol de hoy ha sido así.

En aquellos días, cuando gocé con ser perverso y corrupto en los asuntos del corazón, cual político o empresario de hoy que usa la felicidad de otros como moneda de cambio para alcanzar sus sueños voraces, no me imaginé que ella se convertiría en el sol que vi hace poco en Calidonia. Nunca creí que debajo de la piel de esa chiquilla sin gracia se escondía semejante lindura, que esperó a que diera la espalda para salir a la luz, y vino a toparse conmigo 24 años después, provocándome el dolor de pecho que agobia a quienes, después de los sorteos, se dan cuenta de que tuvieron el billete de lotería ganador en sus manos, y lo desecharon en un repentino acceso de idiotez...

   
 
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