Como aquella vez, cuando me sorprendió obligando a mi hijo mayor, siendo él todavía un bebé, a que comiera con cuchara. Ella se acercó riendo y me dijo con suavidad que no pretendiera vivir la vida por él, que tarde o temprano mi niño aprendería lo bueno y lo malo de este mundo. Sólo había que estar cerca para curarle las heridas. Nada más.

Y me regaló este hermoso poema de Kalhil Gibran, que ahora les comparto con todo cariño:

Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.

No vienen de ti,
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.

Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas,
son lanzados.

Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.