Todo fue en vano, sólo logró decepcionarse y perder la poca fe que poseía.

Cansado de tanto fracaso detuvo esa búsqueda en lo externo, y a través de la meditación comenzó lentamente a buscarlo en lo interno.

Una mañana se encontró mirando un pájaro. Todos sus conocimientos no podían darle una respuesta a la pregunta que surgía desde su ser interno. ¿Cómo era que esta simple y pequeña ave se movía, comía las semillas y pequeños insectos que sus ojos y olfato detectaban? ¿Cómo podía reproducirse? ¿Cómo podía volar surcando los cielos raudamente? ¿De dónde provenía la energía que la alimentaba y daba poder a su cuerpo como para poder realizar todas estas maravillas?

Esta ave no tenía pilas atómicas ni estaba conectada a ninguna red de electricidad.

Por lo tanto, no era obra de ninguna eminencia científica humana.

Y luego pensó: Si a esta ave se le retirara esta energía tan poderosa e invisible, su cuerpo quedaría sin vida y como un títere desarticulado. ¿Podría el más eminente científico humano devolverle la vida a esta pequeña y simple ave?

Desde ese momento cesó su búsqueda porque comprendió que Dios está en el minúsculo átomo, en la pequeña célula, en la simple piedra, en el ser humano y en la bella ave que observaba.