En Bangkok, en Tailandia, hay un templo budista pequeño muy visitado por los turistas. Allí se encuentra un buda de oro macizo, de 10 pies y medio de altura, que pesa 2 toneladas y media, y que tiene un valor de 196 millones de dólares.
En una vitrina cercana se encuentra un pedazo de arcilla de 12 pulgadas de ancho. Y una interesante historia.
En 1957, un monasterio budista tenía que cambiarse de local, porque se construiría una carretera, así que se le pidió a un monje que se encargara de transportar el ídolo, que era de barro.
Cuando la maquinaria empezó a levantar ese gigante pesado, éste se comenzó a rajar; además, comenzó a llover. El jefe de los monjes ordenó bajar la imagen, y cubrirle de la lluvia con una lona plástica. Tarde, a la noche, el monje fue a chequear los daños que había sufrido la imagen de barro, y comprobó que a la luz de la linterna, salía una luz brillante.
El monje, asombrado, decidió descubrir el origen de esa luz especial, así que empezó a quitar el barro ayudado por un cincel y martillo, y sus ojos no podían creer lo que veía. Descubrió que detrás de ese barro, el Buda era de oro macizo.
Los historiadores creen que cientos de años atrás, cuando las fuerzas Burmesas estaban por invadir Tailandia, monjes protegieron la imagen con capas de barro, sobre el precioso Buda de oro. Ningún monje sobrevivió para revelar la verdad.
Así como el Buda, detrás del barro de nuestros fracasos o tristezas, podemos descubrir el oro que está dentro de nuestros corazones, con sólo proponérnoslo y tener fe.
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