El discípulo de un hombre muy sabio llegó un día a buscarlo y le dijo:
Maestro: un amigo suyo estuvo hablando mal de usted. Fíjese que dijo...
Espera, lo interrumpió el sabio. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
¿Las tres rejas?, preguntó con extrañeza el discípulo.
Sí, respondió el sabio. La primera de ellas es la verdad.
Vamos a ver, dijo: ¿Estás seguro de que vas a contarme una verdad?
Bueno..., tartamudeó el discípulo, lo oí comentar a unos vecinos suyos.
¡Ah!..., entonces lo habrás hecho pasar al menos por la segunda reja, la de la bondad. ¿Lo que vas a decirme es bueno para alguien?, preguntó el sabio.
No, en realidad no, respondió el discípulo. La verdad, es todo lo contrario.
Veamos entonces la tercera reja, la de la necesidad, exclamó el sabio. ¿Es necesario hacerme saber eso que quieres contarme?, preguntó.
A decir verdad, no, respondió el discípulo al maestro.
Pues entonces, dijo el sabio sonriendo, si no es verdad ni es bueno ni es necesario, ¿para qué me lo vas a contar?
Esta es una máxima que debe aplicar toda persona que cree que llevando un chisme de aquí para allá, beneficia a alguien.
Las habladurías son sólo eso y, aunque no beneficien a nadie, sí pueden empañar la honra de una persona y, cuando eso sucede, todos pierden, nadie gana nada.
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