Por fortuna, me hicieron ver a tiempo que no vale la pena dedicar esa energía al señor Director y sus estertores, si otros asuntos de verdad urgentes están ahí esperando a que alguien les preste atención. Como el que me saltó a la cara el pasado fin de semana, cuando en una fiesta de mi alegre familia, se fueron acercando uno a uno los primos para pedirme, en una pausa de caras largas y baja voz, que les ayudara a conseguir trabajo.

Son muchachos de diversa casta, algunos acabados de salir del cascarón, y otros con una imponente hoja de vida profesional. Todos sin empleo.

A ninguno de ellos les importa mucho quién gane las elecciones el domingo venidero, porque sus apremios son otros: comida para los hijos, el pago de la casa, la medicina esa, inalcanzable por su precio alto... la familia que se rompe por la angustia.

Si a ellos les sumo los otros que en semanas anteriores me han llamado pidiéndome una manito para conseguir chamba, la lista llegaría a las veinte personas. Juntos forman un escuadrón de cabreados que les fastidia la política, porque no resuelve... porque es tan ajena.