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Tener personalidad propia o no tener
En la búsqueda de identidad propia, a los jóvenes les falta seguridad. (Foto: Cortesia)

Carmen Suárez | DIAaDIA
Como el dilema de Shakespeare: ser o no ser. Ahí se juega la vida de los adolescentes; influye el peso de los valores inculcados por la familia desde la niñez.

De los trece años en adelante, y a veces antes, los niños buscan parecerse a sus iguales separándose de sus padres para ser ellos. Pero curiosamente, muchos sólo consiguen llegar a ser idénticos a sus pares. Porque les falta seguridad para poder desarrollar una identidad propia. Y cuando carecen de ella, caen fácilmente en la tiranía del grupo. Es entonces cuando el "todos lo hacen" se convierte en norma de vida: se quiere tener los mismos zapatos, ir al mismo lugar de vacaciones, y bailar en esa discoteca y no en otra. "Su grupo" les da fuerzas, independencia y esa audacia que solo no se tiene.

Familia con peso

Por miedo a la reacción de sus papás muchos adolescentes se cierran a la opinión de su casa en temas tan importantes como la droga y la anorexia. Entonces la opinión del grupo, muchas veces equivocada, prevalece y la familia va perdiendo peso. Y en la adolescencia los pesos son claves. Una familia puede ser buena, alegre, unida, pero no tener un grado de importancia suficiente para sus hijos. Y eso es grave.

Factores que aumentan el peso y la protección de la familia sobre sus hijos, haciéndoles más seguros y menos vulnerables al grupo:

Padres preocupados de la salud física y biológica de sus hijos. Aunque suene a perogrullada, dormir lo suficiente, o sea no ver televisión hasta cualquier hora, y tomar un buen desayuno son básicos. Un niño cansado se desconcentra. No entiende nada porque tiene hambre y sueño. Entonces se porta pésimo. El colegio lo castiga, los padres lo retan, el niño se rebela y se refugia en los amigos. Otro ejemplo: un joven que ha pasado en fiestas viernes y sábado y el lunes tiene evaluación, estará reventado. Si un amigo le ofrece un par de "dosis" para estar alerta, quizás acepte.

Límites bien definidos, orden y horarios que se cumplen. Orden en la hora de llegada de los papás, orden de horario en las comidas, castigos coherentes y precisos. Si la seguridad y orden no la encuentra en su casa, el hijo la buscará en otra parte: el grupo con sus propias reglas al que se adherirá como lapa.

Mostrar el amor. Una persona segura es alguien que se sabe cuidado y protegido y por lo tanto querido. Los adolescentes reclaman cuando sus padres los pasan a buscar o les ponen límites de horario o les niegan determinados panoramas. Patalean, gritan, se enojan, pero se saben protegidos, queridos. "Te puede parecer injusto que no te deje ir a ver esa película -dice una mamá- pero te quiero y me importa lo que te pase". Paradójicamente eso les gusta. Lo necesitan. "Pero si mi hija ya tiene 16 años", reclama una madre que se niega a controlarla. "Llegué el otro día a las 5 de la mañana pasada a trago. Mi mamá dormía y ni lo notó. Es que no le importo", cuenta la misma hija.





 
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