El compañero de uno de los caminantes le preguntó ómo era posible que sintiese el ruido del chelín en la calle, en medio de aquel ruido. El otro, muy sereno, respondió: cada uno escucha lo que lleva en su corazón. Esta es unan gran verdad, cada uno escucha más con el corazón que con las orejas y oídos. Cada uno escucha ruidos diferentes a los otros.

Quien vive con el corazón metido en el mundo del dinero, escucha hasta el ruido de un chelín caído en la calle.

Quien vive con el corazón lleno de mundo, solo escucha las voces del mundo.

Quien vive con el corazón lleno de Dios, solo escucha las voces de Dios.

Es decir: escuchamos lo que llevamos en el corazón. Escuchamos aquello que amamos con el corazón.

Escuchamos al hombre, cuando amamos a los hombres. Escuchamos a Dios, cuando amamos a Dios. Escuchamos lo que amamos. Muchos se quejan de no escuchar a Dios. Y no lo escuchan porque Dios pasa inadvertido en su corazón.

¿Es posible que un chelín rodando por la calle saque más ruido que Dios hablándote? Por eso mismo, cada uno escucha cosas distintas.

Y por eso, mientras unos escuchamos a Dios, otros solo sienten su silencio.