Un tema recurrente en los corrillos intelectuales istmeños es el tema de la identidad panameña. Más de un pensador panameño, se encuentra tentado a afirmar que nuestra nación carece de tan preciado bien. Que quizás somos un conglomerado de sustancias sin esencia ni función. Tal tentación, de lo más peligrosa, por cierto, al final se reduce a un eterno regreso al génesis nacional y parece ser la respuesta condicionada a la sempiterna culpa, de no haber nacido como país en medio de una guerra de independencia, donde abundare la sangre y las bayonetas. Sentimiento de culpabilidad por demás inútil y equivocado, pues bástenos analizar la historia patria y encontraremos múltiples ejemplos de sacrificio personal y colectivo. Panamá es la historia de la resistencia al poder extranjero. También de la rendición y del coqueteo a ese mismo poder; no nos vamos a llamar a engaño.

Por suerte, no todos los pensadores panameños son tan derrotistas. Juan Antonio Gómez y su libro Del tiempo y la memoria, salen a la palestra a defender la historia como elemento primario de la identidad nacional. Allí aboga por un Panamá o una visión de la panameñidad que supere el vivir en pequeñas panamás divididas unas de las otras, por el ardor político de tal o cual partido o por un descorazonado fulgor social discriminatorio, taras éstas que hay que combatir.

Panamá, aunque no nació bajo los signos del sable y el fusil libertario, es una nación con antecedentes enraizados en las correrías del cacique Urraca y cuyos frutos gozamos hoy en el lento, arduo, torpe, desanimado, saboteado, incomprendido y dificultoso fortalecimiento institucional. La tan cacareada democracia participativa. Ojalá y hubiesen más publicaciones como este libro, posiblemente así la intelectualidad panameña ya pueda contestar sin asomo de dudas: SOMOS PANAMEÑOS Y PUNTO.