El "piedrero" estaba blanquito por la espuma del jabón y se frotaba con mucho cuidado el cuerpo para sacarse toda la mugre. Los peatones que pasaban por el lugar detenían su marcha para ver la dedicación con la que el indigente se bañaba.

El agua con la que se enjuagaba emanaba de una tubería rota y para recogerla usaba una cubeta. Era tal la obsesión por quedar bien acicalado que hasta una esponja y todo tenía para lavarse. Este orate no descuidó ningún detalle, porque del bolsillo trasero de su pantalón sacó una raqueta que no es más que una especie de peine que utilizó para restregarse la cabeza con bastante agua y jabón.

Lo normal es ver a los indigentes deambular por las calles de la ciudad sucios, hediondos y vestidos con harapos, pero este "bañista" es la excepción a la regla, pues de él podrán decir de todo, menos que anda cochino.