Cada vez que un hijo ajeno no quiere estudiar o es indisciplinado, lo primero que la gente dice es: ¡eso lo aprendió en el hogar, seguro que sus padres no le prestan atención!
Yo me pregunto: ¿será que los otros hijos salidos de ese mismo hogar, que son hombres o mujeres de bien o buenos estudiantes, los crió un marciano?
Esto lo traigo a colación porque conversaba con una amiga sobre los hijos que no quieren estudiar, que les gusta ir a la escuela a socializar, pero no hay manera de que sean estudiantes responsables, aplicados o que se preocupen al menos por pasar bien el año escolar. Sin embargo, sus hermanos han sido buenos estudiantes, responsables, aplicados y disciplinados. Es como si en la misma casa se aplicaran dos códigos contrapuestos.
Por si eso fuera poco, al estudiante irresponsable los padres le quitan el televisor, el videojuego, las salidas a quinceaños, la mesada, en fin, sólo les falta colgarlos porque ya los sermones y el rejo no surten efecto. ¡Ojo, lo de colgarlos es una broma!
Entonces, ¿es siempre el hogar el que determina que un hijo sea bueno o malo?
Si le preguntas a los psicólogos, el bendito déficit atencional o la hiperactividad parecen ser la respuesta a muchos casos. Pero cuando no se trata de eso, se les pide a los padres paciencia, diálogo, orientación, amor, comprensión, negociación y otro montón de cosas, pero nunca te contestan el porqué ese hijo es distinto. Definitivamente, creo que cada individuo es diferente en su esencia y lo que requieren los padres de este tipo de estudiantes, es encomendarlo a Dios, ponerlo en sus manos y llenar cada día el saco de paciencia, amor y fortaleza para lidiar con ellos. ¡No hay de otra!
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