Las comparaciones son odiosas, nadie lo niega, pero sería irresponsable no estar alerta cuando al vecino lo afecta algo que también puede afectarnos. Eso es lo que sucede con Panamá y Bolivia. Por un lado la intransigencia y, por el otro, no escuchar el clamor de un número importante de ciudadanos, llevan a la situación de caos que ya provocó la renuncia del presidente Carlos Mesa. Mirémonos en ese espejo. Si eso ocurriera en Panamá, en una democracia que aún está en pañales, sería tanto como matar a una vaca para lograr ordeñarle un vaso de leche. Ya lo decíamos antes, aquí no hay nadie que pueda tirar la primera piedra porque no hay nadie libre de pecadillos, no importa si la tendencia de cada pecador es capitalista o comunista.
O se sientan a dialogar, como lo pide la iglesia y la población, o desbaratan el país en un dos por tres. La opción es obvia.
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