SECCIONES
DE INTERES


 
enviar por email versión para imprimir
  OPINION
Ver más allá

Redacción | DIAaDIA

Eramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para niño. De repente, mi hijo pegó un grito con ansia y dijo: "Hola, amigo!". Golpeando la mesa con sus manos él se reía y se retorcía.

Yo miré alrededor y vi a un hombre andrajoso con un abrigo sucio y roto, unos pantalones anchos y unos dedos que se asomaban por sus zapatos rotos. Su cabello no había recibido una peinilla por largo tiempo. Sus manos comenzaron a menearse para saludar. "Hola bebito, cómo estás muchachón", le dijo a Daniel.

Mi esposa y yo estábamos avergonzados. Terminamos de comer y ella fue a pagar la cuenta. Yo me fui al estacionamiento.

El viejo se encontraba muy cerca de la puerta de salida. Daniel se volvió hacia él y se abalanzó a sus brazos. En un acto de total confianza, amor y sumisión, recargó su cabeza sobre el hombro del pordiosero. El hombre cerró sus ojos y pude ver lágrimas corriendo por sus mejillas. Sus viejas y maltratadas manos llenas de cicatrices, dolor y duro trabajo, suave, muy suavemente, acariciaban la espalda de Daniel. Yo me detuve aterrado. El viejo hombre se meció con Daniel en sus brazos, luego abrió sus ojos y me dijo: "Usted cuide a este niño". "Así lo haré", contesté. Él separó a Daniel de su pecho, recibí a mi niño y el viejo hombre me dijo: "Dios le bendiga, señor. Usted me ha dado un hermoso regalo".

Yo solté el llanto. "Dios mío, Dios mío, perdóname". Yo acababa de presenciar el amor de Cristo a través de un pequeño niño que no vio pecado, que no hizo ningún juicio; que vio un alma, mientras sus padres vieron un montón de ropa sucia.

   
 
ADEMAS EN ESTA SECCION...
Un día como hoy
Ver más allá
¿Y los saduceos?
Calle yeyé
La frase
¿Cree usted que los hoteles y comercios tienen seguridad para sus empleados?
Ciudad de Panamá 
Copyright © 1995-2006 DIAaDIA-EPASA. Todos los Derechos Reservados