Había una vez, una gotita que se sentía muy pequeña e insignificante. No sabía qué camino elegir, porque pensaba que donde estuviera, nadie se daría cuenta de que existía y no se verían las cosas que ella hacía.
Dios que todo lo ha hecho perfecto y que le da una misión especial a cada ser y cosa de su creación, le preguntó: ¿Qué te pasa hija mía, qué te causa tanto dolor?
Perdóname, que te lo diga, pero no le encuentro sentido a mi existir, soy tan diminuta que yo sola, nada puedo hacer ni construir; siento que es vano mi trabajo, da igual conmigo o sin mí.
El Señor, mirándola con ternura, la mejor de sus sonrisas le regaló y sin pensarlo le dijo: "Nada es insignificante ni pequeño ante los ojos del Creador, vale más lo que se construye con esfuerzo y sacrificio gota a gota, que aquéllo que fácilmente se logró… Mira a tu alrededor, hay muchas cosas que no serían lo mismo si faltara esa gotita que alguien aportó. El mar sería una gotita más pequeña, si le robaran una gota de su inmensidad; se revive un corazón con una gotita de amor; el desierto se convierte en oasis con una gotita de agua en su interior; se alimentan las plantas cada amanecer, con una gota que el rocío derrama. Una lágrima es una gota de dolor o de alegría, expresa la emoción que dejó sin palabras al corazón.
¿Entiendes ahora lo que te digo? Eres más importante de lo que te puedes imaginar, tu pequeñez me permite demostrar mi grandeza".
Al escuchar las palabras, la gotita se fue pensando en todo lo que podría convertirse: en una gota de amor que los hombres y mujeres quieran al mundo regalar.