Esto me resultó curioso. Parto por escribir que mi intención en este escrito no es despectivo, sino que nos conlleve a la reflexión de nuestros actos.
Sucede que me tocó presenciar una conversación de dos amigos en la que la intención de uno de ellos era hacerle ver cómo mi gente del interior, es decir, los que viven después del Puente de las Américas, en muchos casos, cuando llega a la ciudad deja atrás sus costumbres, incluso en casos extremos se reservan el lugar de procedencia.
En el caso específico de estos dos grandes amigos, la tertulia tenía como punto crucial la música. Se trata de un chico de la región de Azuero que lamentablemente detesta la música típica y que acogió en su personalidad una modalidad extranjera, pues le resultó más agradable a sus oídos.
El acusado argumentó que más conocían a su región por esa música que por la música tradicional y eso lo hacía sentirse orgulloso.
Eso le pasa a muchos en esta región del país donde el folclor nacional tiene su arraigo, es su fuerte. Mientras, algunos defienden a capa y espada el traje típico nacional femenino (la pollera), las cutarras, los tembleques, el tamborito, y muchas manifestaciones más, hay interioranos que lo detestan. ¡Qué tristeza!
Un claro ejemplo que le decían era: “Cuando llegaste a la ciudad saludabas diciendo “quiubo, tú”. Ahora te modernizaste y dices “qué xopá”. Esta es la cruda verdad y así una larga lista de ejemplos de mis coterráneos. ¿Sí o no?
Ese diálogo me recordó a mi profesora de Inglés en la Escuela Normal de Santiago, quien era chitreana, y cuando se presentó el primer día de clases me cautivó, pues tenía un acento regionalista, que estoy seguro de que en su vida lo cambiará. Yo me dije en silencio: “¡Jooo!, my God”.
Señores, no hay nada más satisfactorio que valorar lo que tenemos, donde crecimos y aportar al desarrollo de esa área que nos vio crecer. ¿Cómo? La respuesta la tienes tú. [email protected]
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