Los periodistas tenemos corazón. Esta semana me toca escribirles desde Ecuador, donde una niña que no conoce a Mónica Serrano, ha sido afectada directamente por su búsqueda.
Su futuro es incierto, porque ha sido sacada de su entorno y ahora está en una institución de protección a niños, niñas y adolescentes.
Parelalamente, una familia en Panamá, vio desvanecerse, de manera cruel, la esperanza de que esa niña hallada en Ecuador fuese su hija plagiada hace casi siete años.
Reitero que los periodistas tenemos corazón, porque vi, asombrada, cómo unos reporteros y editores en Ecuador simulaban restregar sus ojos luego de que, tras haber entrevistado a la madre de Mónica en Panamá, se anunció que las pruebas de ADN eran negativas y la niña no era Mónica Serrano.
Vi, "con mis propios ojos que se han de tragar la tierra", como dice un buen amigo, cuando una editora se llevaba las manos a la cabeza, sentada en su escritorio, porque acababa de escuchar a esa madre panameña decir que no estaba preparada para que le dijeran que la niña no era su hija.
Esa madre, en el momento en que era entrevistada, estaba comprando ropa para recibir a su pequeña.
Un ¡nooo! triste se dejó escuchar en la sala de redacción, y más tarde, otros periodistas panameños en Ecuador expresaban su pesar por el dolor de la mamá de esa niña y también por la pequeña custodiada por la Dirección Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes de Ecuador.
Es cierto que somos periodistas, y que el diario bregar y el profesionalismo nos impiden demostrar debilidad. Pero también somos padres y madres que vemos en otros el reflejo de nosotros mismos y de nuestras familias.
Pese a que hay momentos en que parecemos duros, es bueno sentir que, antes que nada, somos seres humanos, que el dolor de los demás no nos es ajeno, y que un toque de esa sensibilidad puede ayudarnos a tener los pies sobre la tierra a la hora de divulgar un hecho noticioso, para no afectar a los demás.
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