La mesera puso un vaso con agua en frente de él. "¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?", preguntó el niño con ansiedad.

-Cincuenta centavos, respondió la mesera.

El niño sacó su mano de su bolsillo y examinó un número de monedas. Luego de pensar unos cuantos segundos, preguntó nuevamente a la mesera: "¿Cuánto cuesta un helado sólo?"

Algunas personas esperaban por una mesa y la mesera ya estaba un poco impaciente. "Treinta y cinco centavos", dijo ella bruscamente.

El niño volvió a contar las monedas otra vez; luego de sacar cuentas, en su mente dijo: "Quiero el helado sólo".

La mesera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue.

El niño terminó el helado, era el más delicioso que había probado en mucho tiempo. Se quedó unos instantes en la mesa, al ver que la mesera no volvía a cobrarle, como lo hacía con todos los demás, pagó en la caja y se fue.

Cuando la mesera volvió, ella empezó a limpiar la mesa. Con un poco de disgusto, limpiaba las gotas de helado que habían caído en el mantel, luego de que el pequeño lo había disfrutado y, entonces, le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco centavos: su propina.

"Jamas juzgues a alguien antes de tiempo".