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  OPINION
¡"Nain, nain, nain"!

Redacción | DIAaDIA

¡Odiaba fregar! Sí, cuando era una adolescente prefería ir a la escuela todos los días (incluidos sábados y domingos) que estar en mi casa. Todo por no fregar. Es que como era la mayor de los hermanos, me tocaba hacer casi todos los oficios de la casa para ayudar a mi mamá.

Yo no podía desligarme de esas obligaciones porque, en eso, mi mamá era nazi. "Nain, nain, nain". ¡A fregar!

Como no tenía más remedio que cumplir, so pena de una cuera, yo tomaba el radio transistor de batería que pertenecía a mi papá. Él era el escape de ambos y nuestro consuelo en las malas. Mi papá oía sus juegos de béisbol y su música de Daniel Santos y los artistas de su época.

Yo, como era lógico, oía a los combos nacionales, a Camilo Sesto, a Julio Iglesias, Elio Roca, y el clásico "Soy rebelde".

"Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha tratado con amor, porque nadie me ha querido nunca oír. Yo soy rebelde porque siempre sin razón, me negaron todo aquello que pedí y me dieron solamente incomprensión".

¡Ah!, cómo disfrutaba tirarle esa pulla a mi mamá con mi canto lastimero. Ahora mi hija me lo canta a mí, porque el condenado tema se hizo un clásico que ha traspasado generaciones.

Frente al fregador, lloraba, renegaba, odiaba al mundo entero, y me decía que cuando fuera grande tendría una doméstica que se encargara sólo de ese oficio. De hecho, tengo una valiosa ayuda en casa, pero no puedo tener el fregador sucio a ninguna hora del día, esté o no esté mi asistente. Ahora disfruto fregar y ver mi cocina brillante. Al final, mi mamá ganó la batalla y yo terminé agradeciéndole por ser nazi.

Pero además, le agradezco aquellas fregadas al lado de la ventana de la cocina, oyendo mi música, disfrutándola, saboreándola, porque ahora, a punto de llegar a los 50 años, he de reconocer que esas fregadas me templaron el carácter, me hicieron amar la escuela y me permitieron disfrutar de la compañía de mis amigos y amigas que se sentaban, pacientemente, a esperar a que yo terminara de fregar, siempre en compañía de mi inseparable y cómplice transistor, para salir a jugar la lata.

Mientras escribo estas líneas, mi familia me espera para irnos al interior a pasar unos días de vacaciones. Adivinen qué hice antes de partir… ¡fregar al ritmo, ya no del radio transistor, sino de la música de Juan Gabriel que bajó mi hijo de la computadora!





   
 
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