El sábado volví a vivir. Me hicieron el favor de incluirme como jurado de un concurso de redacción en Casa Esperanza, en el que diez niños contaron sus historias de miedo y salvación.
Además de escribir, otros tantos tenían que dibujar y declamar. Todos cantaban por los doce años que cumple esta institución, que vela por nuestros niños de la calle, y apuesta por verlos reír.
Se trata de chiquillos que se la pasaban en la avenida, vendiendo cosas, pidiendo plata, buscando dinero para llevar a sus casas, siempre maltratados por la acera, abusados por la vida y engañados por el mundo que se aprovecha de su inocencia.
El sábado estaban iluminados. Leí los trabajos, y me sorprendió la capacidad de sentir que tienen esos muchachitos. Se les ve tan solos y sin armas en la calle, con las bolsas que venden, con las estampitas y las flores, y uno piensa que no tienen futuro, que son carne de presidio, que pronto caerán en la trampa de la droga y el latrocinio. Pero no, volvieron a demostrarme que saben pensar, que entienden la diferencia entre vivir a plenitud y respirar apenas. Hablaron de lo difícil que es la vida en las montañas, con hambre, y solos ante la dura naturaleza; o en la ciudad, rodeados de balas, violencia y sexo anticipado.
Quien casi me sacó las lágrimas fue la niña ngöbe buglé, Celia Montero, quien con sus ropitas de colores estridentes, pero una cara llena de timidez y silencios, se alzó sobre todos los demás y declamó un poema que hablaba de libertad y esperanza, de igualdad y trabajo digno, de vida sin hambre y sin humillaciones, acompañados por los ríos salvajes y la madre naturaleza. Su voz era la del león, el águila..., la de una niña que sabe distinguir entre el abuso y el derecho a la vida. Y apostó por la vida, no cabe duda, con su canto de trueno.
La experiencia me enseñó que todavía hay esperanza en este "paisito" de trampas y mentiras. A pesar de la política y sus burlas, hay una sociedad que le tiende la mano a los niños, les ayuda a evadir las zancadillas y les da la oportunidad de que se expresen.
Una de las chiquitas que escribió para el concurso donde me tocó servir, dijo que no se sentía segura. Pensaba que no era digna de participar, que era mala para eso. Fue la niña que ganó. Porque fue sincera, y aceptó la mano de los maestros de Casa de Esperanza, quienes le dijeron "tú puedes, no temas". Y lo hizo del carajo.
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