Ramón deseaba viajar y, sobre todo, conocer la bella ciudad italiana de Florencia y visitar sus galerías de pintura.
Soñaba también con perderse por sus calles y plazuelas. Pero existía un problema: Ramón no sabía conducir.
La solución era pues, montarse en un coche y que el conductor lo llevase a su destino.
"La fortuna me sonríe", pensó el bueno de Ramón cuando divisó un autobús que se dirigía a Florencia. Sin dudarlo se subió.
El tiempo transcurría. Pasaron cinco... diez minutos... un cuarto de hora y el autobús no se movía. Volvió la vista atrás y se percató de que no había nadie más que él en el autobús y lo que era peor, no había conductor. Se bajó malhumorado y cuando llevaba caminando un buen rato divisó otro coche con un grupo de personas que querían ir a Florencia, pero no tenían conductor. De pronto, uno del grupo se acercó a un hombre que salía de su coche y le dijo: "¿Sabe ud. conducir este autocar? Le pagaremos bien". El hombre aceptó y el vehículo empezó a rodar por la carretera. Pasaron muchas horas, el bus se detuvo en un restaurante y Ramón preguntó: "¿Ya estamos en Florencia?".
El conductor respondió: "¿Y yo que sé donde estamos?... Yo no sé nada de Florencia. Uds. me dijeron si sabía conducir y eso he hecho".
Todas las personas que viajaron en el bus habían perdido su dinero y su tiempo. Ya no olvidarían la lección: Para ir a un destino, no basta que el coche tenga conductor. Hace falta que éste sepa a dónde va. Lo mismo ocurre en la vida: hay que tener metas y saber a dónde queremos llegar.
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