Antes de su muerte, al Obispo Fulton J. Sheen le preguntaron quién fue su inspiración para hacer su labor de evangelización y atraer a tantos feligreses.
El respondió que su mayor inspiración fue una niña china de once años de edad.
Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana cómo los comunistas penetraron en el templo y llenos de odio tiraron al piso 32 hostias consagradas.
Una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, vio todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, hizo una hora santa de oración, como acto de amor para reparar el acto de odio. Después, se arrodilló e inclinándose hacia adelante, con su lengua recogió la hostia (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la hostia con sus manos).
La pequeña continuó regresando, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua por 32 noches. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Éste corrió y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.
Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote. Cuando Sheen escuchó el relato, prometió que si aquella pequeña pudo dar testimonio con su vida de la Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo haría lo mismo y atraería el mundo al Corazón de Jesús. Y así lo hizo.
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