"Siempre presentí que algo fantasmal me deparaba el destino..." Leoncio Obando
La muerte despierta sentimientos de impotencia e incertidumbre. La muerte a nadie le es indiferente. Reaccionamos o con profundas reflexiones o con el pánico incontrolable. Creyentes y ateos se unen en el deseo de estar presentes en el más allá y disfrutar del mayor tiempo posible en el más acá. Cuando se piensa en la muerte, la frustración se desborda. A los muertos los extrañamos, pero no bajamos a su morada. ¡Que resuciten!... si pueden.
Y entonces queremos controlar al destino. Encontrar un nuevo universo escondido tras la puerta laminada de un espejo y descubrimos que se trata de la misma realidad nuestra de cada día: hombres discutiendo y jugando dados en los rincones, mujeres que se ofrecen mostrando lo que encierran sus bragas, caseríos de chozas dispersas, operarios tan humanos como sus máquinas, un viejo que tose y rezonga constantemente, una mujer harta de parir. No es posible el escape, no hay que morir para conocer la muerte.
Se puede perder la fantasía y sólo la Muerte con mayúscula permite escapar al destino de vivir la muerte en minúscula. ¿Pero eso no es cobardía? Puede ser. Pero la vida es tan fugaz como la madrugada, cuando menos uno lo espera, ya es de día. Y las borracheras, los sueños, la ira, el asco ya no son suficientes para salvar a la inocencia. Aunque respiramos, ya estamos muertos.
Así le pasa a la infancia cuando descubre que los regalos bajo el árbol de navidad no los deja el Niño Dios sino su madre y desde ese momento los obsequios pierden su magia. ¡Adiós a la candidez! Las fantasías se escaparon como un gato en la madrugada. ¿Y ahora qué? ¿Madurar y esperar morir?
Toda gesta donde la muerte en vida no salga victoriosa, es una batalla que bien vale la pena pelearla. Ya en la vida hay bastantes artimañas sucias y humillantes como para encima rendirse y dejarse arrastrar. Si vamos a fallecer, es innecesario adelantarse la muerte.
LO REAL Y LO CORRECTO
"La desobediencia hacia los prepotentes la he considerado siempre como el único modo válido de usar el milagro de haber nacido", Oriana Fallaci.
La política en general se visibiliza a través de sus discursos y se concretiza en sus acciones. Lo políticamente correcto aspira a que sus discursos no sean ofensivos ni discriminadores. La política real, en nombre de la objetividad científica, se empeña en la efectividad y eficiencia de sus acciones.
En el mejor de los escenarios, lo políticamente correcto promueve y mantiene una atmósfera de inclusión y respeto, la política real, la administración realista del estado.
En el peor de los escenarios, lo políticamente correcto no pasa del uso de un lenguaje que en nada disminuye la discriminación, y la política real se convierte en la práctica desastrosa de alcanzar el poder y mantenerse en él, sin importar para nada la consecución real del bienestar común.
¿Por qué tendré la sensación de que estamos en el peor de los escenarios? Me imagino que será por tantos años de sufrir un naufragio tras otro naufragio, de padecer frustración tras frustración. Me ha tocado ir varias veces al funeral de la esperanza; que suerte que ella resucite cada cierto tiempo.
Pienso que somos muchos los ciudadanos que nos sentimos obligados a resistir la opresión de una u otra forma. ¡Cada quien en su trinchera! Pero algo no ha funcionado. Los ciclos frustrantes constantemente se repiten. ¿Por qué?
Tristemente, creo que de alguna manera porque somos cómplices de la sociedad que criticamos. Tal vez hemos caído en la protesta eterna que nada transforma. O insistimos en discursear con la terminología correcta, que al final resulta tan especializada que imposibilita la viabilidad de los cambios. Quizá nos hemos olvidado de lo más importante. ¿Y qué será eso? Creo que las dos cosas que importan son la gente y que está prohibido rendirse. ¿O no es así?
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