Dos amigos andan juntos por una calle de una gran ciudad. Los envuelve el ruido multiforme de la ciudad moderna.
Los dos amigos son diferentes y se nota en su andar. Uno es alemán, hijo de la ciudad, criatura del asfalto, ciudadano del marco. El otro es un yogui hindú. Está de visita. Lleva ropas anaranjadas y mirada inocente. Anda con pies descalzos que se apresuran para seguir a su amigo.
De repente, el yogui se para, toma del brazo a su amigo y le dice: "Escucha, está cantando un pájaro". El amigo alemán le contesta: "No digas tonterías. Aquí no hay pájaros. No te detengas y sigue adelante".
Al cabo de un rato, el yogui disimuladamente deja caer una moneda sobre el pavimento. El amigo se detiene y le dice: "Espera. Se ha caído algo". Sí, claro. Allí estaba la moneda sobre el adoquín.
El yogui sonríe. Tus oídos están afinados al dinero, y eso es lo que oyen. Basta el sonido mínimo de una moneda sobre el asfalto para que se llenen tus oídos y se paren los pies. Estás a tono con el dinero, y eso es lo que oyen tus oídos, lo que ven tus ojos y lo que desea tu corazón. Oímos lo que queremos. En cambio, estás desafinado ante los sonidos de la naturaleza.
Tienes muy buen oído, pero estás sordo. Y no sólo de oído, sino de todo.
Estás cerrado a la belleza y a la alegría y a los colores del día y a los sonidos del aire. Andas desafinado.
El pájaro sí había cantado.
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