En la hora más tranquila de la noche, cuando estaba ya medio dormido, mis siete Yo se sentaron a conversar en voz baja.
PRIMER YO: Aquí en este loco mundo, he vivido todos estos años, sin tener otra cosa que hacer , sino renovar su dolor durante el día y recrear su tristeza por la noche.
SEGUNDO YO: Tu suerte es mejor que la mía, hermano, porque a mí se me asignó ser el yo alegre de este loco.
TERCER YO: ¿Y qué tendría que decir yo, entonces. Yo amoroso, encargado de la antorcha ardiente de pasiones salvajes y fantásticos deseos?
CUARTO YO: Entre todos ustedes, yo soy el mas desdichado, porque nada me fue dado sino el abominable odio y el destructivo rencor.
QUINTO YO: No. Soy yo, el yo pensante, el yo imaginario, el yo hambriento y sediento, el único condenado a vagar sin descanso.
SEXTO YO: ¿Y yo? Soy el yo trabajador, el insignificante obrero que con sus manos pacientes y sus ojos anhelantes transforma los días en imágenes y da a los elementos amorfos formas nuevas y eternas.
SÉPTIMO YO: Que extraño es que todos quieran rebelarse contra este hombre, por tener cada uno de vosotros un destino determinado que cumplir. ¡Ah, ojalá fuera yo como uno de vosotros y tuviera también un yo, con un determinado destino! Pero no tengo ninguno, soy el yo sin ocupación. ¿Son ustedes o yo, compañeros, quienes debemos rebelarnos?
Cuando el séptimo Yo se calló, los otros seis lo miraron apenados y se fueron a dormir arropados en una nueva y satisfecha sumisión. Pero el séptimo yo permaneció despierto, mirando la nada que está detrás de todas las cosas.
|