Un amigo, quien trabajaba como conductor de colegial nos contó una anécdota que quisiera compartir con ustedes.
Él trabajaba para una escuela privada de personas pudientes, cuyos niños vivían en áreas exclusivas. Según su ruta, la última niña a quien dejaba en casa era una "chinita".
Pero un día, tuvo que cambiar la ruta y hacer el recorrido al revés. Al conocer esto, la chinita empezó a llorar, él preocupado sin saber el porqué, trataba de explicarle que no le quedaba de otra y que tenía que repartirla de primero, pero esto no era entendido por la niña, quien seguía llorando incesantemente.
Preocupado y sin saber qué hacer, le preguntó a la niña qué tenía de malo que la dejaran de primera. A lo que esta respondió que le daba pena que sus compañeros vieran que vivía en una tienda.
Dijo sentirse angustiado por ocasionar un trauma en la infante, pero no le quedaba de otra. Al llegar a la tienda la niña seguía llorando, cuando se escuchó: "¡Ay vive en una tienda!", y luego de un momento de silencio dijeron: "Qué pretty, ella puede comer todo lo que quiere".
Tanto mi amigo como la niña suspiraron aliviados, pues lo que pensaban sería una gran vergüenza, se convirtió en un privilegio para ella.
A veces, somos nosotros mismos quienes nos hacemos una tormenta en un vaso de agua, quienes nos menospreciamos sin saber que lo que tenemos es valorado y anhelado por otras personas.
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