Al pequeño lo habían colocado en el terreno de atrás de la casa 276. Virginia Rankin, dueña de la vivienda, llamó a la Policía, porque a medida que el tiempo pasaba, el niño lloraba más fuerte y era desesperante y conmovedor escuchar el llanto, ya que la noche era fría y había llovido.

Doña Virginia observaba a través de la puerta de hierro, que el bebé gateaba hacia su casa, como luchando por su vida, por lo que no pudo más y corrió a abrirla, para tomarlo en sus brazos. "Le cambié el pañal desechable y le di una mamadera", dijo la buena samaritana.

Ya las unidades de la Policía habían sido informadas, pero el cabo Alvin Trejos y el agente David Rodríguez se tuvieron que ir caminando para llegar al lugar. "Esa madrugada caminamos, corrimos y tomamos por una trocha para llegar, pues nos dijeron que era un menor de edad que estaba muerto", dijo Trejos.

Cuatro kilómetros a pie recorrieron estos policías para ir en cumplimiento del deber, porque el carro patrulla está en reparación.

Al llegar los uniformados, los vecinos atendían al bebito, quien vestía un "bebe crece" con diseños de muñequitos y ya estaba más tranquilo, pues recibía calor humano.

Luego fue trasladado a la Policlínica J. J. Vallarino, donde le dieron los primeros auxilios; de allí, fue llevado al Hospital del Niño, donde lo entregaron a la Secretaría de Niñez y Adolescencia, que lo remitió a un albergue en Arraiján.

El niño pesa aproximadamente 20 libras, es "clarito" y de rasgos indígenas, según las personas de la comunidad.

Fue abandonado a las 2:00 a.m., y estuvo llorando por más de una hora y media. Tenía pañalitis en sus genitales y las uñas largas.