Cuando la conocí, tuve la impresión de que estaba ante una mujer superior al común de las personas.
Cuando digo superior, no me refiero a categoría, porque si hay una verdad certera, es que todos somos iguales ante los ojos de Dios.
Pero ella tenía una fuerza interior, que se proyectaba hacia los demás como el astro Sol a pleno mediodía.
Desde entonces cultivamos una bonita amistad, sazonada por la práctica periodística diaria y por ocasionales encuentros entre amigos y amigas en común.
Ella acaba de partir al más allá. Se trata de la magister Vicenta Villarreal, quien culminó su misión en esta tierra siendo directora académica del Centro Bilingüe Vista Alegre.
Un cáncer cruel, certero, acaparador, mezquino y apabullante acabó con esa vida joven, que aún tenía mucho que dar y, como ella decía, mucho que aprender, pese a que varias maestrías adornaban su hoja de vida académica y laboral.
Aún recuerdo cuando yo llegaba a dejar a mis hijos a la escuela en la mañana. Ella recibía personalmente a cada estudiante, lo saludaba con un "buenos días" entusiasta, y siempre con su ojo clínico, observaba cada detalle de la vestimenta, corte de cabello, peinado y prendas de cada alumno.
"Mijita, ¿comió usted tortilla frita con manteca?", le preguntó un día a una estudiante que se había maquillado sus labios juveniles con brillo. Una sonrisa escapó de ambas, y muy presta, la estudiante se quitó su brillo labial, porque comprendió en el acto que era prohibido ir maquillada a la escuela y que a la directora no se le escapaba ese detalle.
Esa era Vicenta Villarreal, oriunda de Manchuila, un campo de Bugaba, en Chiriquí; madre de dos hijos y amiga incondicional. Ojalá esos estudiantes a los que ayudó a formar, sigan el ejemplo que ella, sin proponérselo, les dio en vida. De ser así, el éxito y la prosperidad los tendrán garantizados.
¡Hasta luego, amiga!
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