Pero no se trata de difuntos cualquiera; sólo se comunican con esta jovencita, aquellas víctimas fatales de la violencia.

En el preciso momento que alguien está recibiendo una bala en la cabeza, o si un puñal le entra a un pandillero hasta el corazón y lo mata, o si una madre soltera queda atrapada bajo las ruedas de un carro cuyo conductor no la vio cuando cruzaba la calle, entonces en la casa de "D" las tazas que tenga sobre la mesa empiezan a moverse solas, chocan unas con otras y caen al suelo; las luces se prenden y se apagan en un histérico destello, y hasta se ven las siluetas fantasmales que vienen a dar la alerta del posible crimen.

Al principio "D" no podía con su miedo. Sufría por estas visiones no deseadas. Ella, que se dedica casi exclusivamente a la crónica roja, sentía que era algo así como una venganza de las almas en pena, por todas las primeras planas que ha logrado por su oficio. Estaba enloqueciendo.

Quienes le rodean creían que "D" tenía tostado el cerebro. Nadie le hacía caso. Hasta que todos empezaron a ver fantasmas también. La casa está tomada por ellos.

Hoy ella dice estar más tranquila. Aprendió a vivir con su don. Si alguna cosa extraña ocurre, si oye voces, si su grabadora se enciende sola y de la bocina salen sonidos para nada de este mundo, "D" sabe que algún hecho de sangre está ocurriendo en la ciudad, y se prepara para lanzarse a la calle. Al momento suena el teléfono.

Son cosas que pasan en esta profesión que tiene tanto de ciencia, mucho de magia, y que requiere más de seis sentidos.

A mí, aunque suene horrible y de pésimo gusto, me parece fenomenal contar con alguien que se entera de la noticia antes de que ocurra.