La edad le quita a uno hasta la posibilidad de confeccionar el nacimiento en la casa. Han pasado 25 años desde que hice el primero.
Aquel año de 1981, lo elaboré porque necesitaba que mi hijo Néstor, a la sazón de siete meses, pasara su primera Navidad colocando al niño Jesús en su pesebre. Para mí, esto ha sido siempre una prioridad. Es la esencia de la celebración, su mayor símbolo. Es el nacimiento a una nueva vida, que se reinicia cada año en el corazón de todos los cristianos del mundo.
Poco a poco, lo fui agrandando. ¡Craso error!... al menos para mi casi desvencijado cuerpo. Resulta que ahora, cada año, paso varios días elaborando la estructura, construyendo el pesebre, pintándolo, colocando las luces, las viviendas, las figuras, los animales y el "río". Por cada día de trabajo, son por lo menos tres de dolamas. Las costillas se trepan una encima de la otra, las rodillas crujen tanto, que temo que los vecinos me lleven a la corregiduría por el escándalo y, para colmo, si me quedo mucho tiempo agachada, concentrada en mi labor, cuando levanto la cabeza todo me da vueltas. ¡Ay, Dios!
Pero cuando lo veo terminado, con los niños del barrio admirándolo, se me olvidan los deseos de colocarme un parche de salompa en cada músculo.
Y lo mejor viene el 24 a las 12: 00 de la noche. A esa hora, la familia se reúne, y todos tomados de las manos, damos gracias al Señor por las bendiciones recibidas y también por las pruebas que nos fortalecen. Entonces, es cuando uno de nosotros coloca al niño Jesús en su pesebre. Eso fue lo que hicimos anoche, y me permití, amigos lectores, pedir bendiciones para cada uno de ustedes y dar gracias por formar parte de la familia de DIAaDIA.
Que esa paz espiritual que sólo proviene del amor de Dios, se afinque en sus corazones, para que allí eche raíces y crezca cada vez más. ¡Feliz Navidad!
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