La brisa fresca de Pajonal fue cómplice de una jornada de amor y felicidad. Esta es una comunidad pequeña, con un clima agradable y una población solidaria y hospitalaria.
Poco a poco, después del almuerzo, cada uno de los asistentes empezó su retorno a casa. Las bolsas de alimentos pesaban, pero hasta los niños las levantaban contentos para llevárselas a sus hogares.
Unos abrieron sus regalos y llevaban sus muñecas, carritos, pelotas y peluches al hombro. Otros, simplemente, se los llevaron tal como los recibieron, para sentir el placer de abrirlos en casa.
Y como quien dice, "barriga llena, corazón contento", todos iban reídos después de haber almorzado una comida muy al estilo panameño y calmado su sed con una chicha de naranja de esas que sólo saben hacer en tierra adentro.
El señor Gerardo, uno de los colaboradores de Epasa, que ese día prefirió celebrar su compleaños compartiendo con los demás, miraba alejarse a los niños con sus padres. Se sentía safisfecho, pues él no se pierde cada año esta actividad que se ha celebrado en distintos puntos del país.
Sólo quedaba decir: ¡hasta el próximo año, si Dios quiere!
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