Hasta hace poco, siempre interpreté el incidente como producto de los estereotipos que abundan y plagan nuestra sociedad. Se supone que tenemos roles que cumplir y que ellos deben reflejarse en la proyección de nuestra imagen: "Soy lo que se ve de mí". Pero es recientemente que un muy apreciado amigo me dio una nueva pista para una nueva interpretación. Palabras más, palabras menos, me dijo: "Se me hace difícil no tratarte como a un joven". Me explicó que ello se debía a que no acostumbro asumir los tradicionales "acartonamientos" sociales. Luego de reflexionar sus palabras, no sé si sentirme halagado o rendirme a la depresión.

Y es que cada vez veo más jóvenes asumiendo roles acartonados, manchados de grasa y con olores agrios. Sin cuestionar nada, sin nuevas propuestas, sin concebir la posibilidad de cambios y, por lo tanto, sin la necesaria fuerza renovadora. La juventud a ratos me parece atrapada en una pasta espesa. La metafísica, esa cosmogonía que no admite la evolución, ¿habrá secuestrado nuestro futuro?

Espero que toda esta reflexión al final no sea más que el producto del pesimismo del cual tantas veces me han acusado. Por lo pronto, voy a lustrar mis maltratadas botas de construcción. De repente, ellas son un afluente de la famosa fuente de la juventud.