Cuenta la señora Solís que ella de buena gente, le estaba dando la información al señor, cuando de pronto una mujer cruza la calle y el señor -con acento mexicano-le vuelve a preguntar si ella conocía a los abogados Castro. Esta tercera persona se integra y empieza a decir dónde los podían ubicar.

Para agradecerle, le ofrecieron llevarla a la casa. Solís aceptó, pero a los minutos de viajar en el carro, iniciaron una conversación en la que decían que él no podía cambiar los billetes de lotería, porque era inmigrante y por eso buscaba a los abogados.

Luego de esto, la otra mujer llama por un celular, según ella al "Gerente de la Lotería", y éste le dice que tenía que llevar estampilla, papel sellado y dos testigos que fueran económicamente solventes. Le preguntan a la señora si tenía libreta de un banco, y ésta responde que sí y accede hacer el trámite.

Sacó B/. 10 mil del banco, más tres mil que tenía en su casa y, como "ñapa", entregó las prendas de oro, valoradas en dos mil balboas.

Le dijeron que guardara todo en una cartera naranja y, al parecer, le hicieron un juego de manos. Todo siguió normal. Luego le pidieron que ella misma fuera a buscar las estampillas; así lo hizo, pero al salir se habían ido.