Y pensar que todo se reduce a firmar, con o sin bolígrafo, un trato. El compañerismo, la amistad y el amor coinciden en un mismo punto: el compromiso. ¿Pero qué es esa palabra fea que tanto miedo provoca? ¿No es el compromiso la mejor forma de anular nuestra individualidad al atarnos a otra vida que terminará por arrastrarnos a un oscuro y aburrido rincón lleno de telarañas?

Una de las características de la postmodernidad es precisamente, el dejar de pensar en los otros y únicamente pensar en mí mismo. Ahora somos átomos, átomos sueltos y locos. Ya casi no hay tejido social. Hay muchas ONG'S, cientistas sociales, giras, proyectos e informes involucrados con un sector de la sociedad (género, indígenas, infantes) pero no con el total de la sociedad. La solidaridad, eso de soldar la propia vida a otras vidas, es una palabra en desuso. Tenemos que conformarnos con la beneficencia, con el arte de dar cosas y no el ser. Sin la teletón mucha gente nunca voltearía a ver a los necesitados.

Y después tenemos el descaro de preguntarnos por qué las familias, nuestras familias, son fábricas de monstruos, por qué tanta crisis nerviosa provocada por competir y competir y competir y nunca ganar nada y por qué si dejamos de beber perdemos a nuestros amigos. Y gastamos los pocos recursos que nos quedan en psicoterapia y, en el peor de los casos, en abogados y por último en antiácidos y antidepresivos.

Y todo se trata de hacer un trato que no necesariamente tiene algo que ver con tarjetas, flores, cenas, peluches y chocolates. Es comprometerse con alguien, prometerse a alguien, meterse con alguien. O álguienes. En fin, sin trato no hay San Valentín que celebrar.