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¡Ay, carnavales!

Elizabeth M. de Lao | DIAaDIA

"Pa' carnavales buenos, los penonomeños", rezaba el viejo lema de las fiestas de Momo en mi pueblo.

Aquellos años de los 70 y los 80, solí­a darle la vuelta al reloj, literalmente. Pero no me divertí­a las 24 horas. ¡Qué va!... mi mamá jamás lo hubiera permitido. Para gozar, habí­a que enfrentar las condiciones que ella poní­a.

Para empezar, yo le llenaba la casa de "invitados", generalmente compañeros de la universidad, hoy renombrados periodistas.

"Bueno, de aquí­ nadie me sale si no me dejan la casa barrida y trapeada, las camas arregladas, los trastes fregados y la comida hecha", sentenciaba desde la noche del viernes, cuando llegábamos a Penonomé. Esa era una ley que habí­a que cumplir, so pena de perderse las fiestas más esperadas del año.

Mis amigos y yo nos poní­amos una cuota de 2 dólares diarios, y organizábamos las comisiones de trabajo: un grupo compraba la comida en el mercado, muy temprano; otro, barrí­a la casa y trapeaba, mientras el resto se dividí­a entre arreglar los cuartos y cocinar. A las 10:00 a.m., ya estábamos listos para irnos a las mojaderas (hoy culecos).

En esos tiempos, las comparsas de cada barriada salí­an con sus princesas desde su casa hasta la avenida Central, donde se celebraban los culecos con murgas, congas y tambores. Gracias a Dios, no habí­a discotecas móviles haciendo escándalos ni propiciando actos inmorales. Todos nos divertí­amos de manera sana, cada grupo apoyando a su princesa.

En honor a la verdad, jamás tomé licor y, créanme, no lo necesité. A las 5:00 p.m. regresábamos de las mojaderas, nos bañábamos, las mujeres nos hací­amos blowers o nos seteábamos y nos metí­amos a la secadora. En tanto, otro grupo organizaba la cena. Descansábamos y nos í­bamos a ver los desfiles, que en Penonomé siempre han sido muy sencillos. Al regresar, nos retocábamos y ¡para el baile se ha dicho! Luego de bailar toda la noche, llegábamos en la madrugada a dormir para repetir la rutina al dí­a siguiente.

Fueron tiempos de los buenos carnavales en Penonomé, especialmente, los acuáticos en el balneario Las Mendozas, del rí­o Zaratí­.

Hoy dí­a les digo a mis hijos: ¿Quién tiene ganas de ir a que lo mojen?, ¿para qué van a buscar el peligro en el rí­o?, ¡cuidadito en los culecos!, ¡no se me pierdan!, ¡no lleguen tarde! y una docena de advertencias más.

Tengo que reconocer que ¡ningún cura se acuerda cuando fue sacristán!

   
 
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