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Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

Hoy comienza un nuevo periodo escolar, y con él, un rosario de quejas por parte de todos los interesados en el sistema educativo, es decir, toda la sociedad.

Si bien es cierto que el Ministerio de Educación es el gestor, administrador y garante de que el sistema funcione como debe ser, también lo es que docentes, estudiantes y padres de familia tenemos nuestra cuota de responsabilidad y participación ciudadana.

Imaginémonos por un momento que tenemos el mejor gobierno del mundo, el mejor ministro del mundo, con el mayor presupuesto para educación del mundo, nada de eso garantiza que tengamos éxito en los resultados del sistema educativo.

Si los padres de familia creemos que los maestros y profesores son las nanas de nuestros hijos, o que el gobierno es el responsable de que ganen cinco en todas las materias y de que, además, aprendan a aprender, flaco favor le estaríamos haciendo a la sociedad como un todo.

En la medida en que los maestros, que hoy comienzan su nuevo año escolar, comprendan que ellos pueden marcar positiva o negativamente a un estudiante de por vida; en la medida en que el padre de familia entienda que la educación comienza en la casa y que es su deber estar pendiente de los progresos o deficiencias de sus acudidos; en la medida en que el gobierno entienda que la educación no es cuestión de cinco años de gestión, sino un tema de Estado, y en la medida en que los estudiantes comprendan que es su deber obtener buenas calificaciones y poner en práctica lo aprendido, en esa misma medida los resultados pueden ser halagüeños.

Educadores: hoy mi mensaje va dirigido, sobre todo, a ustedes. Yo tuve una maestra de segundo grado que se llama Alfreda Cecilia Quirós, otra de tercer grado que se llamaba Rosita Liao, otra de cuarto grado llamada Clelia F. de Martínez; la de quinto llamada Isabel Rodríguez de Mejía, y la de sexto llamada Julia Tello Burgos.

De todas ellas aprendí el valor de las cosas y, si bien aprendí a escribir, a leer, a sumar y a restar, aprendí, sobre todo, que lo que más valoramos es lo que obtenemos con esfuerzo propio, y que más que memorizar, lo realmente importante es tener una filosofía de vida que nos haga echar para adelante. Pero esto no lo aprendí a punta de paros y huelgas. No, eso lo aprendí con un consejo a tiempo; con un regaño acompañado de comprensión y amor, y, muy especialmente, con una gran dosis de vocación.

Todas estas maestras me tocaron de manera positiva, y más de cuarenta años después, lo siguen haciendo. ¿Lograrán ustedes lo mismo? Confío en Dios en que sí.





   
 
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