El pequeño animalito de rojo intenso enfilaba su piquito hacia mí. Parecía reclamarme algo... y tenía razón.
Cada mañana y cada tarde llega a la terraza de mi casa una bandada de pajaritos de diversos colores . "Aterrizan" dos tortolitas, tres "sangre de toro", tres azulejos y dos tierreritas. Normalmente se acercan a las jaulas de nuestras loras y luego se suben al muro de la cerca.
Tenemos la costumbre de colocarles arroz y agua allí, pero el sábado me senté a comer en la terraza antes de que mi esposo les pusiera su comida.
Fue entonces, cuando el pajarito rojo más bonito que haya visto, con su pico zurcado por una franja blanca, se posó en uno de los columpios, luego en la soga de la hamaca frente a mí, y comenzó a hacer su ruido característico mientras parecía increparme por no haberle puesto su arroz. ¡De verdad me miraba y me hablaba!
Yo no quería levantarme para que no se asustara, pero él, que es uno de los que acostumbra a llegar cada día, voló y se posó justo donde debía estar su arroz y su agua. Llamé a mi esposo y él se acercó con el banquete. El animalito se alejó prudentemente.
A los pocos minutos, llegó la bandada, encabezada por su líder, el pajarito rojo.
Puede parecer cursi todo lo que estoy escribiendo. Quizás esto ocurre con frecuencia, pero no es casual que yo haya advertido una diferencia entre "antes y después".
Sucede que estoy arribando al medio siglo de vida y he descubierto que las cosas que siempre he dado por sentadas ante de los cincuenta, ahora tienen un valor agregado porque las disfruto, las aprecio en todo lo que valen y tengo la facultad de reírme de mí misma cuando siento que me comporto como una vieja ridícula. ¡Cuántos pajaritos rojos he visto en mi vida, pero ninguno me había conmovido como aquél que se me acercó y me habló! ¿Vieja ridícula? ¡Sí!... ¡¿Y qué?!
Esa es la diferencia. Antes no me hubiese atrevido a contarles esto por temor a que pensaran que tengo un tornillo flojo. Ahora lo hago, porque estoy convencida de que la plena madurez llega cuando tenemos la capacidad de ver más allá de lo evidente, de reírnos de nosotros mismos y hasta de hacer el ridículo sin temor al qué dirán.
|