Una princesa triste de leyenda, que sueña felicidades extrañas, estaba asomada al ajimez del castillo. De pronto, entre las flores, aparece su hada madrina y le dice:
La felicidad va a venir por estos caminos, si logras conocerla, ve tras ella y te dará la dicha que sueñas.
Y apareció un hada magnífica, adornada con todo tipo de joyas de oro y plata. La siguió la princesa anhelante, y al ver que no era dichosa con ella, le preguntó:
¿ERES TU LA FELICIDAD?
No, contestó: soy la riqueza. Por eso -dijo la princesa- sentía yo a tu lado sabor de tierra despreciable en mis labios.
Y apareció enseguida otra hada cubierta con un manto de estrellas. La princesa caminó con ella, y al notar el corazón vacío le preguntó:
¿Eres tú la felicidad? No, contestó: soy la gloria.
Por eso -dijo la princesa- sentía yo a tu lado llena de humo y de viento la cabeza.
Y apareció una viejecita astrosa, pero agradable, con un rostro surcado de lágrimas, entre las que miraba sonriente. La princesa la siguió. Caminaba por caminos largos, de abrojos y espinas, y sentía la princesa como un descanso parecido al placer.
¡Oh! -gritó la princesa, cayendo de rodillas- ¡Tú eres la felicidad!
No -contestó ella-. ¡Soy el sacrificio! La felicidad no existe en esta vida; pero entre todas las apariencias del mundo, soy la única verdadera.
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