Hace unos días, una jovencita de escuela secundaria acabó con su vida. ¿Por qué? No se sabe. Lo que sí se sabe es que su desesperación era tanta, que no sólo se intoxicó con pastillas, sino que se ahorcó.
Sé que es duro para ustedes leer esto, y para mí es muy difícil escribir sobre un tema tan delicado. Pero es necesario.
No tienen idea de cuánto me molesta leer noticias sobre suicidios, que indican que alguien "decidió" acabar con su vida. ¿Acaso es una decisión nuestra o una opción como cualquier otra? ¡De ninguna manera!
Nuestro cuerpo y la vida que él guarda, es el templo del alma, y como todo templo, es sagrado y hay que respetarlo.
Pero hay otro punto muy importante. Se trataba en este caso de una muchachita que estaba en la escuela, sin criterio formado y con la cabecita llena de humo, como todos los adolescentes.
A ellos se les viene el mundo encima cuando tienen un problema que creen que no tiene solución, y ahí es donde entramos nosotros, los adultos, para guiarlos, para darles confianza, para hacerlos sentirse amados, para hacer que crean en ellos mismos y para enseñarlos a amarse.
Ninguno de nosotros, como padres, está exento de sufrir una desgracia como esa.
Por eso, leí sobre el tema y un psicólogo daba una recomendación: "Pregúntales a tus hijos qué piensan del suicidio. Su respuesta te dirá si están sanos del alma".
Pero, ¿saben qué? Me dio miedo preguntarles, sobre todo, porque los había regañado mucho estos días por su flojera a la hora de estudiar. Pero me animé y se los pregunté.
El niño me contestó que él no estaba loco, que con la vida no se juega, y que él se quiere mucho.
La niña me dio una lección: "¿Qué? Nadie debe hacer eso, porque la vida es un regalo de Dios. Si yo tengo un problema, yo hablo con usted o con mi papá porque sé que me van a ayudar".
¡Uff! Respiré aliviada, pero no me confío. Son sólo adolescentes que pasan la mayor parte del día solos. Por eso, cada momento es clave para darles calidad de tiempo, confianza, amor y comprensión. Aun así, nadie está seguro. ¡Cuidado!
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